El sector turístico ha sido uno de los más dañados por la crisis de la Covid-19 en Barcelona.
La ciudad es uno de los destino preferidos por los viajeros gracias a su conjunto de atractivos.
Tras años de crecimiento y bonanza, los periódicos confirman el desastre del sector turístico en Barcelona. Las visitas caen en picado respecto al año anterior, se cierran hoteles y se dispara el desempleo, agravado por la crisis económica que azota al país. Es el año 1993, las olimpiadas se han celebrado el año anterior y sus instalaciones ya no suscitan interés entre los viajeros del mundo. A pesar de ello, esta crisis sirve como punto de inflexión para convertir Barcelona en uno de los casos de éxito más importantes del turismo internacional.
Casi 30 años después, con Barcelona entre las 10 ciudades más visitadas de Europa, compitiendo con destinos como París o Roma, volvemos a encontrarnos ante una situación de colapso del sector. Esta vez el detonante ha sido una crisis sanitaria sin precedentes.
La crisis del 1993 hizo reaccionar y obligó a la colaboración entre autoridades, sociedad civil y sector privado, culminando en la creación del consorcio Turisme de Barcelona, organización encomendada con la promoción de la ciudad como destino turístico. Más tarde lo hicieron otros partenariados, como Fira de Barcelona.
Estos esfuerzos situaron a Barcelona en el mapa: 12 millones de turistas la visitan cada año y aportan prácticamente el 12% de la riqueza anual generada en la ciudad. Barcelona se ha erigido también como un destino de negocios, con 400 congresos anuales que atraen 2,5 millones de visitas, entre los cuales destacan el Mobile World Congress y Alimentaria.
“La repercusión del sector va mucho más allá, y deja huella en la oferta cultural, educativa, científica y deportiva, además de una comunidad startup que nutre y bebe de la gran reputación de Barcelona.”
Con una ocupación hotelera cercana al 15% y con muchos establecimientos al borde del cierre, Barcelona vuelve a afrontar el reto de recuperar un sector clave para su economía. Sin embargo, la preocupación ahora va mucho más allá de recuperar el volumen de turistas y sitúa a la ciudad ante nuevos retos como fomentar la colaboración público-privada; continuar reinventándose para aumentar el atractivo de la oferta turística, en un contexto global, con tantos destinos compitiendo por un número creciente de turistas; y apostar por el turismo de calidad, un escenario muy distinto de aquella Barcelona post-92.
Las décadas que precedieron la Barcelona del ‘92 nos alientan a ser optimistas ante el escenario desconcertante en el que nos encontramos. Si logramos recuperarnos entonces, debemos confiar que podremos recuperarnos ahora.